Me fugo, me voy de casa, no aguanto más. ¿Y qué si me acusan
de abandono del hogar? ¿Y qué si tendrá una excusa para ser la víctima de todo
este circo? ¿Y qué si tenía que llevar al perro a que le cortaran su melena de
chigua-gua?
Cuando prometí amarle en la salud y la enfermedad, en la
pobreza y la riqueza, en lo próspero y en lo adverso, ni mi peor pensamiento,
de mujer con mente retorcida que soy, imaginaba este sopor, esta agonía, esta
pasividad de mujer florero. De esas a las que hay que regar una vez por semana,
debe estar lejos del sol y en poco contacto con seres de su especie.
Una profesión que yo no me asigné, muy lejos de aquella que
quiero ser, pero que venía impuesta por su cargo de joven e influyente
ejecutivo, hijo de la alta burguesía del siglo XX, heredero de una fortuna
inmensurable y de la estupidez vanidosa de su santo padre.
Cuando le conocí tenía clara la atracción incontrolable que
ejercía sobre mí. Como una escena de película: Una elegante fiesta de las que
salen en las revistas de alto standing, rodeado de bellas e insustanciales
mujeres iba vestido a medida y de la marca del momento. En su pelo oscuro
comenzaban a destacar tonos grisáceos, que no hacían más que aumentar su
atractivo. Y él lo sabía, me lo decía su sonrisa triunfante.
Yo paseaba observando a cada asistente. Todos únicos, todos
en el mismo saco. De repente noté su mirada posada en mí, sabía que era la suya
por lo que me hice la interesante y girando la cabeza a cámara lenta le miré. Sus
ojos curiosos me saludaron. Analizaban la belleza glaciar que mi tierra me dio,
sobra negarlo.
Al rato se acercó, disimulando su interés, como un felino
que examina su presa. Yo ardía por dentro, por una mezcla de repulsión hacía su
carácter y un deseo odioso de besarle.
Ay si aquella noche me hubiera frenado. Sabía que con aquel
hombre los buenos momentos serían los extraordinarios. Pero aun así me lancé.
Me lancé a un abismo del que ni siquiera en ese momento fui consciente.
Pero hoy me voy, me marcho y no pienso volver a esa
decadencia, a esas tardes paseando una copa de vino por los inmensos pasillos
de nuestra casa, a esas cenas de gala en las que su soporífera madre era la
mejor compañía.
Mi bugatti verde, mi colección de maletas en piel italiana y
yo comenzamos un viaje hacia ningún lugar, hacía nuestro rincón, hacia volver a
ser las brillantes estrellas de nuestra vida y de la de muchos otros. Suerte
que cogí las llaves de su casa preferida y mis afilados tacones se tropezaron
con las ruedas de todos sus coches.
Inspirado en el Autorretrato de Tamara de Lempicka
Inspirado en el Autorretrato de Tamara de Lempicka
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